Stranger Things: jugando con la melancolía

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Pues no. Revisad una película que consideréis un clásico de los 80 y veréis como muy pocas aguantan el paso de los años. Ponedle la «Posesión infernal» de Sam Raimi a un adolescente y se reirá donde nosotros temblábamos. Stranger things es una puesta al día de lo mejor de aquellas películas de sobremesa que todos llevamos en el subconsciente, pero sin caer en el remake, ni en la enumeración de tópicos ochenteros. La historia está puesta al día para las nuevas generaciones y repleta de referentes para el deleite de los más granaditos. Algunos explícitos, como los pósters colgados en las habitaciones de los protagonistas y otros más sutiles: una melodía, una situación.

La ambientación de la serie es excelente y la banda sonora merece una lista de Spotify, por no hablar de los sencillos y geniales títulos de crédito: toda una declaración de intenciones. La historia tiene algunas lagunas y algunas tramas de difícil digestión. Pero, en general, sale airosa gracias a los niños protagonistas y a algún protagonista (me quedo con el hermano del desaparecido y con el sheriff en horas bajas). La narración se entorpece en algunos episodios y se acelera demasiado al final, pero en general los 10 episodios le dan una extensión ideal. Parece que este número se está convirtiendo en un estándar para las temporadas de las series de NetFlix y HBO: Juego de tronos, Narcos, Better Call Saul, etc.

Los que la vean en versión original pueden omitir este párrafo, al resto de los profanos, una duda personal: ¿es cosa mía o también os da especial grima la voz que dobla a Lucas?

Manías particulares a un lado, lo peor de la serie es que el fenómeno que ha generado cree unas expectativas demasiado altas en los espectadores. La mejor forma de degustarla sería por sorpresa, como esas películas que nos sorprendían en un canal secundario y nos mantenían enganchados a la televisión hasta altas horas de la madrugada.

PD: si buscáis algo parecido de los directores de la serie, los Duffer Brothers, han escrito algunos epidosios de la primera temporada de Wayllard Pines (cuando todavía tenía algo de gancho) y han dirigido el largo Hidden, que aunque resulta interesante, poco tiene que ver con el estilo de Stranger Things.

 

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Black Sails, una buena serie que hace agua a ratos

Los créditos de inicio de esta serie, con sus sugerentes figuras de marfil blancas y negras, son toda una proposición de intenciones. El primer episodio, la primera escena, promete mucho. Intensidad, buena factura, excelente ambientación… y continua prometiendo hasta que la acción pasa de los barcos a tierra. Es en esta zona, en el dique seco, en la política colonial, en las intrigas de prostíbulo caribeño, donde esta serie hace aguas.

Lo mejor: el capitán Flint y su peculiar moralidad, las dinámicas de los marineros en alta mar, los personajes con profundidad, las escenas de acción, el agua salada que parece saltarte a la cara… Lo peor: demasiados capítulos de calma chicha, demasiadas tramas sin interés, demasiada política y, sobretodo, la rama británica de la historia de la segunda temporada. Toda la trama dónde se nos explica el pasado británico del capitán Flint es soporífera, cierto que el final está bien resuelto, con un buen giro de trama, pero no merece pasar por horas de martirio para llegar a él. Personalmente, esta segunda temporada descafeinada casi me hizo arrojar la toalla, pero por suerte, no lo hizo, la tercera vuelve a la esencia. Entra en juego la flota británica y las batallas navales entre el ejército y los bucaneros vuelven a ser intensas. Si a ello le añadimos los nuevos personajes, el listón de la serie a sube a un buen nivel. Sobretodo algunas escenas de factura impecable: véase el ataque al convoy del tesoro o la rotura del sitio inglés —no digo más para no desvelar nada a quien no la haya visto—. Si buscáis una serie similar a Vikingos pero pasada por agua caribeña, es una buena opción.

El efecto GoPro

Acabo de ver una secuencia de lucha espectacular en el tercer episodio de la segunda temporada de Daredevil. No es una serie redonda pero tiene sus momentos y este ha sido uno de ellos, ¿por qué? Por cómo han rodado la escena: un largo plano secuencia con un gran angular que no se aleja más allá de un metro del protagonista. El Diablo de la Cocina del Infierno repartiendo a diestro y siniestro contra una banda entera de Ángeles del Infierno mientras baja, piso a piso, por unas escaleras muy estrechas.

El efecto óptico es muy similar al de las populares cámaras GoPro de ópticas fijas y grandes ángulos pero a un nivel «pro» de verdad. Se trata del mismo efecto que utilizaba González Iñárritu en El Renacido.Me hace recordar el largo plano secuencia de Brian de Palma en Snake Eyes y me imagino a un experto operador de steadycam cargando con una pesada cámara de 35 mm. Ahora, los nuevos sistemas de estabilización junto a las cámaras digitales más reducidas –y mil cosas más que desconoceré– permiten que el operador sea un bailarín más de la escena de acción. La coreografía incluye a la cámara y ya no sabemos que es realidad y que efecto especial.

El efecto recuerda mucho al de los videojuegos en primera persona. Desde el lejano Wolfestein o el mítico Duke Nukem 3D, ya han crecido varias generaciones de consumidores multimedia con la mirada acostumbrada a los videos en primera persona –también en tercera persona, quien no recuerda el primer Tomb Raider–. Fruto de esta nueva mirada a la que nos hemos acostumbrado y de las nuevas posibilidades de grabación, nacen prductos como Hardcore Henry, la primera película grabada íntegramente en primera persona. No sé si será una película más de Serie B, pero es el más difícil todavía del efecto GoPro.

Todavía no sé si llamar a Saul

Los creadores de Breaking Bad tenían la presión del listón alto y, a la vez, la carta blanca del  éxito cosechado, cuando se pusieron manos a la obra con Better Call Saul. Se lo tomaron con calma, le dieron forma y parieron una primera temporada de ritmo desigual pero con un final que prometía una excelente segunda temporada. No nos engañemos, el éxito de Saul –­o más bien el de Jimmy McGill– está en sus trapicheos. Dedicarle un par de episodios a sus orígenes no está mal, pero lo que los espectadores querían ver –yo por lo menos– era como Saul conseguía salirse de  situaciones límite o como ayudaba a personajes egoístas y con pocas luces. Algún episodio de la primera temporada, como el de los gemelos contra Tuco Salamanca, responde a este esquema. La mayoría no. Al final de los primeros diez episodios –no explicaré cómo– nos imaginamos que Jimmy McGill ha abandonado su deseo de ser un «buen abogado» y que en los próximos diez veremos por fin a Saul, pero no ha sido así. El primer episodio de la segunda temporada es largo, lento y descorazonador: volvemos a lo mismo. El hermano de Jimmy sobra, la relación con Kim aburre y todo lo que sucede en el bufete de Hamlin & McGill es soporífero. Por suerte, las tramas del viejo Mike, su historia y los personajes con los que se relaciona –en especial, el informático– suben el nivel de la serie y nos insinúa en lo que se podría convertir si Jimmy perdiera sus escrúpulos de una vez. Pero hasta que el personaje de Bob Odenkirk no deje de llamarse Jimmy y adopte por fin el nombre de Saul, esta serie no será lo que tendría que haber sido desde un principio.

«The Jynx» contra «Making a Murderer»: dos enfoques de documentales seriados

Son dos de las series documentales sobre las que más se ha habló el año pasado. Las dos giran en torno a un caso criminal y la supuesta culpabilidad de sus sospechosos. Es difícil adelantar algo de la trama sin desvelar más de la cuenta… pero sólo decir que una es muy recomendable, consigue articular una historia y un final; y la otra se alarga en exceso y termina con un final tan abierto como decepcionante.

La primera, «The Jynx», nos narra en 6 episodios de 45 minutos la historia de un presunto asesino millonario y excéntrico y su relación con el director del documental. Nos enseña las tripas de la investigación: mezcla el making off con el propio documental, y está muy bien editado. Empieza con una anécdota y se desgrana en una trama con final sorpresa. Quizás se echa de menos un último episodio recapitulativo, pero se sostiene sobre unas bases sólidas.

Esa misma es la principal carencia de «Making a Murderer», su insolidez. En este caso el protagonista es un personaje marginal al que el sistema judicial acusa en falso (no adelanto nada que no se explique en los primeros diez minutos), justo al contrario del caso anterior. El millonario de «The Jynx» utiliza su posición y recursos para escapar de su presunta inculpación, mientras que el de «Making a Murderer» se presenta como una víctima del sistema judicial americano. En este último, durante los primeros cuatro episodios la trama engancha y se intuye un final. Los realizadores combinan imágenes de los juicios con el tratamiento de los medios y con entrevistas en exclusiva de padres y familiares. Testimonios directos de gran mérito, fruto de un trabajo de más de diez años.  Demasiado material acumulado que los realizadores no saben seleccionar y con el que montan más de diez horas de documental, difícil de seguir en algunos tramos y sin un final concluyente. Lo peor de todo es que durante todo el documental tan sólo asistimos al testimonio de la defensa, no nos dan los dos puntos de vista de la acusación y no aportan pruebas sólidas que argumenten su postura. Quizás se podría haber solucionado esta falsa subjetividad si los realizadores se hubieran convertido en un personaje más de la trama, como en «The Jynx», pero no es el caso.

Me surgen varias dudas: ¿un documental debe narrar una historia o limitarse a dar fe de unos hechos? ¿El realizador debe borrar sus huellas para buscar la máxima objetividad  o lo más sincero es incorporar en la historia su propia investigación? ¿Los documentales seriados están sobredimensionados? Seguramente sí, pero ¿qué serie de ficción no incluye de vez en cuando un episodio de relleno o recapitulativo?

¿Por qué hay que ver The Knick?

Lo primero que escuché de ella fue que Clive Owen protagonizaría una serie donde haría de médico drogadicto, lascivo y racista de principios de siglo XX. “Ya tenemos otro actor de cine que quiere ganar prestigio en televisión con un especie de “House” cambiada de época para que no se note el plagio”, pensé. Pues, no. El Doctor Thackery es drogadicto, lascivo y racista (aunque hace una excepción con las prostitutas orientales) pero su personaje no tiene nada que ver con el de Hugh Laurie. La serie se centra en los trabajadores del hospital The Knickerboxer, un centro real que existió en Harlem hasta 1979, y retrata con crudeza cómo se realizaba la medicina en aquellos años. Retrata a los cirujanos como una mezcla entre carnicero y carpintero. Sorprende la documentación médica de la producción: desde el libre uso de la cocaína como anestésico a lo “aséptico” de las operaciones (sin guantes y en espacios abiertos al público que quisiera asistir).

Otro aliciente para ver la serie lo encontramos en la dirección. El mismo Steven Soderbergh ha dirigido todos los episodios. Sí, todos, 10 por temporada. Porque lo normal en este tipo de producciones es que el director estrella dirija dos o tres episodios y ceda el testigo. Soderbergh no lo hace y le otorga un estilo propio a algunas escenas que magnifica el resultado. Ojo también a la banda sonora, con ritmos modernos combinados con una ambientación perfecta.

Por último, destacar también los personajes secundarios, encabezados por la enfermera Lucy (Eve Hewson) que, sin adelantar nada de la trama, brilla en la escena en que va a buscar a su casa al indispuesto doctor. Tan cruda y romántica como la serie.

La verdad ya no está ahí fuera

Expediente X ha vuelto después de nueve temporadas y más de diez años de parón con nuevos episodios (lástima que solo sean 6). Tenía muchas ganas de volver a ver a Mulder y Scully en la pantalla y ver cómo la serie se actualizaba a los nuevos tiempos, pero me daba miedo de que mi serie favorita de los 90 pinchara en el nuevo milenio. No ha sido así.

Al principio tuve mis dudas… la temática central de la serie siempre habían sido los ovnis y me parecía que Roswell caía ya un poco lejos en cuento a ficción (véase la última y patética vuelta de tuerca de Extraterrestial). Pero después de una secuencia para ponernos al dia y de recuperar la misma careta de los 90 (¡genial!), nos encontramos con unos personajes que no se han quedado anclados en el tiempo. Han pasado por sus más y sus menos y han seguido adelante. Imagino que tanto los personajes como los actores necesitaban vivir sus vidas: Gillian Anderson protagonizando alguna película, una serie propia y un papel importante en la última temporada de Hannibal (aunque sea la temporada más floja de la serie se agradece su mayor protagonismo). Por otro lado, David Duchovny consiguió por fin desencasillarse de su personaje gracias a Californication y recuperar las ganas (o los dólares) para meterse de nuevo en la piel de Fox Mulder.

Por último, el giro de la trama principal de la serie es un acierto. Para no adelantar nada a quien no haya visto el primer episodio sólo diré una cosa: la verdad ya no está ahí fuera…